210- El precio de la fama

Vivimos en un presente, en el que en una suerte de centrifugado de lavadora, vamos dando vueltas a toda velocidad, dentro de un círculo vicioso con límites imaginarios. No obstante, el zarandeo físico y emocional es totalmente real, así como el miedo a moverse en dirección equivocada, rozar los límites, golpearse, o peor aun, perder ritmo y salir despedidos de esa especie de contenedor de masas, que cada vez nos comprime mas y mas. La mayoría de los que entran lo hacen por inercia, muchos obligados, y los menos, de forma voluntaria. Pero si hay algo que los une a todos es el miedo, ahora mismo convertido en terror de estar por fuera. El terror de no ser nadie.

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Hace un par de días, estaba leyendo una noticia sobre un hecho desgraciado, y que lamentablemente desde hace años y de forma continua, se viene repitiendo en diferentes partes del mundo. En este caso, se daba cuenta del fallecimiento de una influencer en EEUU, tras precipitarse al vacío desde una altura de 50 metros, mientras con el fin de crear contenido para sus redes sociales, intentaba hacerse un selfie en una zona peligrosa, y de acceso prohibido.

Y como decía antes, no es un hecho aislado, es algo que se repite constantemente, con victimas de toda edad y sexo, en situaciones tan variadas como inimaginables. Pero con un denominador común, intentaban captar algo extraordinario, un lugar o un momento único del que eran partícipes, y querían compartirlo, con el fin de aumentar su exposición en redes sociales. Esas que en algunos casos constituían el propio trabajo de la persona, y en otros, simplemente se buscaba aprovechar la situación para rascar algún me gusta entre seguidores, y amigos. Pero en todos los casos, el precio por conseguirlo resultó demasiado alto.

Y la reflexión personal ante lo ocurrido con ésta persona y tantas otras, es siempre la misma, ¿valía la pena el riesgo?

Sin duda, dependiendo de quien respondiera, su argumento sería diferente. Pero mas allá de toda justificación, e incluso la percepción equivocada -o no-, de que en ciertas situaciones existe un gran riesgo, creo que el sentido común está fallando demasiado seguido, y eso no ayuda en nada a la toma de decisiones.

Podríamos pensar que los mas jóvenes son propensos a cometer este tipo de errores, por inexperiencia, rebeldía, o vaya a saber qué motivo de esa larga lista de cuestiones, por las que de algún modo todos hemos pasado en su momento. Pero lo estamos viendo en edades en las que a veces incluso cuesta creer, porque existen muchos casos con víctimas de 50, 60 e incluso mas años, que tampoco supieron valorar el riesgo que corrían, y lo pagaron con su vida.

El siglo XXI tiene muchas cosas maravillosas, y hemos hecho adelantos espectaculares en muchos campos, como la medicina o la tecnología. Pero habiendo dado solución a muchas enfermedades, también hemos creado otras para las que no hay remedio, o no queremos tomarlos.

A día de hoy, parece que todo el mundo tiene que ser “alguien”, pero no cualquiera, debe alcanzar un éxito evidente, ser famoso, y si no viene acompañado de dinero, tendrá que ser al menos una cuestión de reputación personal en redes sociales. Porque importa mas lo que aparentamos, que lo que somos. Y mantener esa imagen ganadora hace necesario a diario beberse un cóctel explosivo, con ingredientes que terminan afectándonos de diferente forma.

No es ningún secreto que la salud mental de todo el mundo ha empeorado notablemente en los últimos años, y a pesar de que existen algunos destellos de esperanza con quienes se animan a tomar determinadas decisiones, siempre ha sido mas fácil ser oveja, que pastor. Por lo que seguir al rebaño, te hace sentir una protección, que de alguna forma compensa los sinsabores de estar todo el tiempo recibiendo y procesando estímulos de los mas variados, con el único fin de estar conectados, no perderse nada, y si es posible destacar en esa maraña de información o exposición mediática.

Hay un miedo terrible a no ser nadie, a ser simplemente una persona con sus virtudes y sus defectos. Con sus convicciones, conocimientos, y sobre todo ignorancias, esas que da mucho miedo reconocer. Y probablemente hoy sería impensado escuchar de boca de alguien, aquellas magistrales palabras de Sócrates… “solo sé, que no se nada”.

La sociedad moderna se ha encargado de convencernos de que estamos obligados a ser exitosos en todo aquello que hagamos, y que el mundo tiene que saberlo. Ya ha quedado atrás lo de ser médico o futbolista para conseguir fama y dinero, hoy se busca la vía rápida, hacia la consagración planetaria como influencer. Y si no es posible destacar por buenos en algo, tendrá que ser por malos, o por diferentes. La mayoría casi ha aceptado que no tiene derecho al fracaso, o a no ser nadie. Es obligatorio estar conectado, tener infinidad de seguidores, y sobre todo mostrarse feliz las 24 horas del día, sea como sea. Compartir imágenes de nuestro mundo maravilloso, nuestras actividades, y si nada de eso es posible, es casi obligado construirse un personaje de ser “diferente”, y no importa en que. Es igual de útil pertenecer a algún grupo del tipo que sea, tener algún trastorno, alergia o lo que cuadre, lo importante es conseguir la etiqueta de único, diferente o raro, para tener un sitio en una sociedad que aborrece lo normal, porque resulta mediáticamente instrascendente.

Y si hubo un momento en el que el volcarse en redes sociales para conseguir el estrellato tuvo un antes y un después, ese punto de inflexión ocurrió con motivo de la pandemia. Oleadas de gente se acercaron presurosas a toda clase de herramientas que permitieran crear contenido de todo tipo, como si fuera normal obtener lo mismo que estaba cosechando un puñado de listos, conocedores de que “el que pega primero, pega dos veces”. Se llenó de aspirantes a influencers con mas o menos condiciones para subsistir en un mundo, en el que con el tiempo a algunos les ha quedado claro, que “no es oro todo lo que reluce”. Mientras tanto, otros menos listos siguen comprando el mapa del tesoro, convencidos de que tienen lo necesario para hacer historia, y que es solo cuestión tiempo.

Pero a todo nivel las cosas han ido cambiando, y hasta los masters del universo vienen comprobando que había una burbuja, el público se está redistribuyendo, y además una gran parte de las personas a las que tenían “hipnotizadas”, en realidad estaban allí con el único fin de “robarles el oficio”, para luego ejercer como competencia.

Con el tiempo, fue inevitable repartir el pastel en mas porciones, pero de menor tamaño. Y la cruda realidad, nos trajo infinidad de canales, perfiles y cuentas, que allí donde antes todo eran brotes verdes, se fueron marchitando, pasando a formar parte del cementerio de los contenidos olvidados. Muchos sueños se truncaron, y la casi convicción de poder forrarse en cuatro días y mudarse a Andorra, se esfumó para la gran mayoría.

Eso no significa que sea imposible, y por si acaso es importante también dejar claro que ser mediático, famoso, influencer o lo que sea con lo que cada quien se gane la vida, es perfectamente válido y respetable. Además cada uno es responsable de sus acciones, decisiones, y muchas veces de su destino. El problema está en el recorrido que se hace a través del camino, en dirección al objetivo.

Obviamente como en todas las áreas de la vida y los negocios, hubo y hay gente que sabe lo que hace, le ha ido bien, le va bien, domina perfectamente su trabajo, y no toma riesgos innecesarios. Aunque también los hay que teniendo -o no- una posición incluso sólida en su ambiente, igual tientan a la suerte con infundado optimismo, muchas veces inmersos en la búsqueda de ese contenido único que los haga “despegar” definitivamente, encontrándose mas de una vez con la frustración, o incluso cosas peores.

La constante búsqueda de la viralidad, es probablemente uno de los motivos que mas transgresiones origina, seguramente pensando… “hay que hacer algo fuera de lo normal, para conseguir algo fuera de lo normal”. Y cuando la obsesión es grande, el juicio se nubla, los errores se hacen el pan de cada día, y el desastre hace acto de presencia, bastantes mas veces de lo que las propias probabilidades indicarían.

El mundo ha pasado por muchas epidemias, y la medicina siempre ha salido al rescate, pero ahora mismo, el postureo -aun siendo otro tipo de mal-, está haciendo mucho daño psicológico y físico, a demasiada gente.

La solución no parece sencilla, porque el miedo a no pertenecer, está instalado en la sociedad. Ir por libre tiene muchos riesgos, y casi nadie quiere asumirlos. Vivimos todo el tiempo pendientes de la aprobación de los demás, de mostrar que tenemos muchos seguidores, que conseguimos visualizaciones y likes por miles. Que somos exitosos, diferentes, únicos, y de alguna forma los elegidos en tal o cual aspecto. Monetizar cada momento, por vía escrita, de la imagen o el sonido es una posibilidad, pero mas dentro del campo de la excepción que de la regla. Por lo que ser un influencer famoso y adinerado, en la práctica y por mas que tu gurú de turno te lo venda como alcanzable simplemente siguiendo sus enseñanzas, es un objetivo ambicioso, y nada sencillo. Aunque si no lo consigues, siempre queda la posibilidad de montárselo bien, ser convincente, y convertirse en otro vendedor de humo, porque hay clientes para todo, ya que la gente siempre cree lo que quiere creer, y no necesariamente lo que es. En fin, quizá tenga algo que ver eso que se suele decir, “el sentido común, es el menos común de los sentidos”.

Y hasta aquí el Bitácora Mental de hoy, gracias por tu tiempo al leer o escuchar este episodio, y te espero en el próximo, chauuuu…

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